martes, 2 de junio de 2015

Traducción de: Tocando el tema Hitler por Amanda Palmer

Esta es una traducción no autorizada ni revisada por el autor ni por la fuente original que publicó el artículo en inglés.

La hice por que me gustó mucho el artículo y varios amigos que no hablan inglés mostraron su interés por leerlo.
Espero no meterme en problemas por esto...

Además, me pareció el pretexto perfecto para reactivar este blog.
Disfuten.



Tocando el tema Hitler
Amanda Palmer
Traducción de: Katia Ibáñez


“No puedes usar el tema de Hitler” dijo Neil. “Ley de Godwin: una vez que tocas el tema, estás fuera. Confía en mi.”
“Pero es diferente. Hitler es el ejemplo que la gente usa. Por eso lo estoy usando.”
“No lo hagas.”
“No estás viendo el punto. Si hablo de gente que habla en absolutos, tengo que usarlo.”
Él me miró con esa amable e inglesa mirada que utiliza cuando sabe que estoy equivocada.
“Si necesitas usar a un Nazi como ejemplo, te va a ir mejor usando a Mengele. Él fue el que hizo horripilantes e inconcebibles experimentos en mujeres embarazadas y sus bebés.”
“Gracias por esa hermosa imagen.” Y miro a mi hinchado vientre.
“Pero él no es un meme. No usas el tema de Mengele… La mayor parte de los jóvenes probablemente ni siquiera saben quien es.”
“Fue el villano en Marathon Man de William Goldman.”
“No cambies el tema. Esto no es sobre libros. Es sobre Hitler.”
Neil suspiró. Yo suspiré de regreso.
Esta conversación no estaba yendo a ningún lado.
 
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“El tema de Hitler” o también conocido como “reductio ad Hitlerum” es el punto en una discusión en el “cuando alguien compara la perspectiva del oponente con las de Adolfo Hitler o el partido Nazi”. La ley de Godwin establece que: “Conforme una discusión en línea se hace más grande, la probabilidad de una comparación que involucre a los Nazis o a Hitler se aproxima.”
Ambos, tanto Neil como yo, hemos estado envueltos en nuestra buena parte de lo que llamamos “kerfuffles en línea” y ahora discutimos las tácticas de relaciones públicas en la manera en que otras parejas discuten de quién es turno de ir por los niños a la escuela.
“Cariño, tu blog defendiendo el honor de esta persona es realmente noble pero si kerfufflea, ¿realmente tienes el tiempo de lidiar con tres días de reacciones en Twitter y Tumblr?
“No, realmente no, estoy vuelta loca con mis fecha de entrega.”
“Ups, entonces no lo publiques. No tienes el tiempo o la energía de kerfufflear esta semana.”
 
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Todo el mundo está cansado de la indignación en internet. Ha llegado al punto en el que nos censuramos a nosotros mismos para evitar kerfufflear tan cuidadosamente que bien podríamos dejar internet por completo y regresar al simple y viejo discutir en cafés y bares, porque esos son los lugares dónde la gente realmente puede ser, de hecho, honesta. Erika Moen, quién dibuja un comic online sobre pensamiento sexual positivo llamado “Oh Joy Sex Toy”, escribió recientemente un blog acerca de un puñado de celebridades femeninas a quiénes les habían robado sus selfies desnudas de sus celulares y habían sido distribuidas. Ella escribió un amigable recordatorio a la gente, que si querían mantener sus identidades protegidas de los hackers cuando se tomaban selfies desnudas, consideraran no incluir tatuajes distintivos u, obviamente, sus caras.
Después recibió un indignado mail de una fan de mucho tiempo describiéndola como una “avergüenza caras”.
La gente en la web es adicta a la indignación. Se ha vuelto una epidemia pero nadie parece saber muy bien qué hacer al respecto.
Cuando miro la conferencia Ted de Monika Lewinsky acerca de “el precio de la fama”, a la periodista estadounidense Lindy West estableciendo una amistad con su peor troll y el inexplicable vórtice pantanoso de acoso que es Gamergate, veo también un incremento en la conversación sobre la realidad y los efectos del odio. Si hay un tema de reacción a la reacción, es este: para desactivar a la Generación de la Indignación necesitamos mejores habilidades de empatía.
Hace unos años, sobrellevé diez meses de implacable controversia en internet y rápidamente aprendí sobre las banderas rojas, síntomas y duración de una kerfuffle promedio.
Hay kerfuffles de dos días y de dos semanas. Hay kerfuffles que se mantienen dentro de los límites de Twitter y hay aquellas que se expanden a los blogs, o peor, la prensa escrita.
El año 2012 inició con mi Kickstarter Kerfuffle (cuando financié públicamente, un disco a través de donaciones en línea), que evolucionó unos meses después a la Kerfuffle de Músicos Voluntarios. Tan pronto como esos días iban muriendo, la primavera del 2013 trajo el Kerfuffle del Poema, que empezó cuándo me senté a reflexionar en los angustiantes días posteriores al bombardeo del Maratón de Boston, que sucedió a unas pocas cuadras de mi departamento.
Después del encierro, Neil y yo manejamos de Boston a Nueva York y de regreso, escuchando en la radio noticias sin parar conforme la horrible cacería humana de los hermanos Tsarnaev incrementaba y explotaba. Escuchamos a nuestros amigos en la radio, una de ellas tenía un hijo que había sido amigo de Dzhokhar, el hermano más joven. Ella había estado en una fiesta de graduación con él. Ambos habían ido a la preparatoria en Cambridge, Massachusetts, cerca de nuestro hogar.
Dzhokhar tenía 19 años.
Me pregunté como se sentiría.
 
El poema que publiqué en el blog fue un secuencia de lluvia-de-conciencia que conectaba la sensación de estar atrapado en “el fondo de la embarcación” (la ubicación en la que finalmente Dzhokhar fue hallado, no lejos de la casa en la que me crié)  y mi agitada sensación de impotencia ante la cara sobrecogedora de la tristeza y la tragedia. Era sobre mis padres, mi incapacidad de salir de Boston por la batalla de un amigo contra el cáncer, mi frágil matrimonio y mi mundana indecisión.
Antes de subirlo a la red, le mostré el poema a Neil, mi filtro personal de kerfuffle. Sus banderas rojas no ondearon. Reconoció los ingredientes del poema, comentó sobre la puntuación y nos fuimos a comer. Lo titulé “Un poema para Dzhokhar”, lo publiqué y leí los primeros comentarios. A los lectores parecía gustarles.
Para cuando prendí mi celular después de la comida, el poema había sido descubierto por los sitios de noticias de ala derecha y el blog tenía 1000 comentarios. Un sitio web dijo que era “el peor poema escrito en el idioma inglés”. Incluso aquellos periodistas generalmente de izquierda escribieron artículos de opinión condenándome por atreverme a escribir un poema tan insensible en un momento tan sensible. Demasiado pronto, dijeron. Demasiado lejos. Demasiado.
 
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Lo que me asustó sobre el Kerfuffle del Poema no fueron los ataques a mis habilidades poéticas. Fue la comprensión de que estaba más sola de lo que yo había pensado en mi postura de compasión, expresión y como usamos el arte para lidiar con la tragedia.  ¿Cómo te atreves a empatizar CON UN ASESINO? Mi Twitter se había llenado con odio tan rápido que ni siquiera pude leerlo todo. Un programa de televisión me llamó “perdedora”. Alguien me dijo que debería meterme una bomba por el coño. Una amenaza de muerte llegó a mi mail, lo suficientemente convincente como para que contactara a la policía. Un preocupado periodista de Boston se encontró a si mismo “me pregunto si está tendencia de la empatía había llegado muy lejos”. Distinciones entre empatía y tendencias jihadistas fueron rápidamente difuminadas; yo estaba siendo etiquetada como una partidaria del terrorismo. Algunos de mis amigos locales me dijeron que no podían tolerar “mi apoyo a los bombardistas”. Pero yo no estaba apoyando sus acciones. Estaba imaginando sus sentimientos. Sin embargo, no estaba completamente sola. Muchos de mis amigos sacudieron sus cabezas con tristeza por el malentendido. Y lentamente, durante los días siguientes, recibí una serie de mails y mensajes de voz de Bostonianos que querían decirme, en privado, que ellos también habían sentido empatía, compasión e incluso preocupación por este niño de 19 años. Pero no se atrevían a decirlo en voz alta.
“Es exactamente de la edad de mi hijo” me escribió un amigo. “No me puedo imaginar como se debe de estar sintiendo. Te rompe el corazón. Pero no se bloguea de esas cosas Amanda. Eso es demasiado.”
Demasiado pronto, demasiado lejos. Demasiado.
Seguí repitiendo la frase en mi cabeza. “me pregunto si está tendencia de la empatía había llegado muy lejos”.
¿Qué es muy lejos? ¿Existe incluso una cosa así?
Creo borrar la posibilidad de empatía es borrar la posibilidad del progreso humano.
Borrar la posibilidad de empatía también amenaza con borrar la posibilidad del arte. Vemos Oedipus Rex no por que celebremos y absolvamos el concepto de hijos de la chingada y de padres asesinos, sino por que es catártico ver nuestras peores pesadillas expuestas en un contexto seguro. No aplaudimos cuando la carne corta en lo profundo. Lloramos. Empatizamos. Y ponemos la obra una y otra, y otra vez y una vez más. Estas diferencias son cruciales. Empatía no es simpatía y compasión no es absolución. La sangre teatral, es exactamente eso. La derramamos en el escenario y en las páginas, precisamente por que podemos hacerlo sin daño.
Yo soy, quizá, una extremista en este aspecto. Pero estoy empezando a pensar que el único verdadero antídoto para el odio extremos puede ser amor extremo, una empatía radical. Jihadistas de la compasión. Cruzados de la amabilidad. Un movimiento en el que intentemos amar a nuestro enemigo… Oh, esperen. Jesús ya dijo todo esto. Alto, – ¿funcionó?
Imaginemos, por un momento, que podría funcionar. Para poder practicar la empatía extrema, tienes que ser capaz de empatizar, bueno, pues… con cualquiera. Tienes que ser capaz de imaginarte amando y sintiendo compasión por lo peor de lo peor. El año pasado, esta filosofía me metió en un pequeño enredo con los varios editores de mi memorias-manifesto “The art of Asking” cuando escribí un borrador de una sección explicando que sí, debes sentir compasión por lo peor de lo peor. Por Hitler. Listo. Ahí esta. Lo hice. Usé el tema de Hitler. ¿Pero de todos modos cuenta si estoy usando el tema de Hitler no para echar abajo a mi oponente, sino para resaltar que ni mi compañero de debate ni Hitler son realmente mis oponentes?
Mis editores sacudieron la cabeza.
Francamente, a nadie le importa Amanda. Por favor, sácalo del libro. Ellos ganaron. Lo saqué del libro.
Es doloroso imaginar los ingredientes – familiares, culturales, ambientales y mentales – que pueden llevar a una persona a cometer acciones tan atroces e inconscientes que no podamos hablar de ellas. Pero yo creo que es necesario. Conforme el mundo se vuelve más extremo, más violento y más polarizado, conforme con envolvemos a nosotros mismos dentro de burbujas con filtros siempre más estrictos de las noticias y opiniones, conforme encontramos cada vez más y más fácil dividir el mundo entre blancos y negros, nosotros y ellos – conforme estas cosas suceden, este ejercicio de la imaginación se vuelve cada vez más esencial. No sólo para los artistas, poetas, músicos y dramaturgos. Para todos.
El 13 de mayo el jurado en Boston empezó a deliberar sobre la culpabilidad y destino de Dzhokhar Tsarnaev. Me descubrí a mi misma pensando no solo sobre los pros y contras de la pena de muerte, sino tratando de imaginar como se sentiría pasar días, meses, años en aislamiento escuchando los gritos y lamentos del tipo en la celda de junto que se mutila a si mismo con una navaja de afeitar y se traga corta uñas.
Tratando de imaginar como se sentiría sentirse amarrado a una camilla mientras un prójimo ser humano inserta una aguja de muerte en mis dos brazos. Me encontré imaginando cómo debe ser tomar el lugar del testigo  para explicar como al mirar hacia abajo vi mis propias piernas sanguinolentas tendidas en la banqueta, a mi lado. Y me imaginé como se sentiría estar en un jurado, teniendo que manejar a casa cada noche después de la corte, mi cabeza tocando la almohada sabiendo que debo, junto con otros once, emitir un voto para que alguien viva o muera. No me imagino que estoy sola al pensar en estas cosas.
El biógrafo de Martin Luther King, Taylor Branch, recientemente compartió una desgarradora parte de la historia: las últimas palabras pronunciadas por uno de los tres activistas de los derechos civiles asesinados por hombres armados del Klan durante el Verano de la Libertad en Mississippi en 1964, mientras hacían un viaje en carretera para que la gente se registrara para votar. En el momento anterior a que le dispararan en una oscura carretera del Sur, le dijo a uno de los hombres del Klan, “Señor, sé exactamente como se siente.” Y después, BAM. Muerto. Dado que sus otros dos acompañantes también fueron asesinados, quizá se pregunten cómo es que lo sabemos. Sabemos por que uno de los hombres del Klan confesó los asesinatos y compartió la frase en su testimonio. Esas seis palabras, aparentemente, los persiguieron. Frans de Waal, el primatólogo holandés, dice: “La moralidad humana es impensable sin la empatía.”
Aquí esta la cosa: Yo no sé y no puedo saber exactamente cómo se sintió ese bombardero adolescente. Pero me voy a atrever a imaginármelo. Debo de. Creo que todos debemos. Creo que solo a través de flexionar ese pequeño, delicado a imaginario músculo de la empatía es que podemos construir la fuerza para erigir una nueva arquitectura humana en este frágil, frágil planeta – uno más fuerte, uno de conectividad y entendimiento.
Señor, sé exactamente como se siente.
Ilusión de pensamiento. Pero quizá. Un día.

1 comentario:

  1. Wow... Gracias por compartirlo. Gracias por traducirlo. Gracias por tu sensibilidad.

    ¡Quizá. Un día!

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